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No camines delante de mi, puede que no te siga. No camines detrás de mi, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo. (Albert Camus, 1913-1960)

viernes, 6 de septiembre de 2013

No dejes que se CIERRE la puerta


Todos conocemos en nuestros pueblos, Blacos Y Torreblacos, alguno de esos paisajes paradisiacos, remanso de paz y sosiego, y privilegiados por una naturaleza generosa y espléndida. Si hacemos un poco de memoria seguro que en este mismo momento nos viene a la cabeza más de uno: la hoz, la ribera de los prados, el molino, el batán , el chorrón... y así hasta que queramos. Son lugares escogidos, imprescindibles para el ecosistema, pero al mismo tiempos escasamente visitados y totalmente accesorios para la mayoría de los habitantes de las dos localidades. Sin embargo hay otros lugares menos románticos, más mundanos, que nacen de la casualidad y en muchos casos de la improvisación. Con el tiempo se acaban convirtiendo en imprescindibles para los humanos aunque innecesarios e incluso nocivos para el equilibrio natural. Son lugares que a primera vista se resumen en cuatro paredes y un techo lleno de reverberaciones que convierte cualquier conversación en un murmullo insoportable. Y en estos tiempos en los que el egoísmo campa a sus anchas, nos encontramos con una fortaleza amurallada de hospitalidad. Es tan sorprendente e inaudito que enseguida se corre la voz y despierta la curiosidad. Una mano guiada por el cariño y el lápiz cubre poco a poco las paredes de arte-humanidad, el murmullo acaba convirtiéndose en una caricia de susurros y desde el primer día te peleas con la naturaleza para convencerla de que hay sitios de escaso privilegio pero de suma necesidad. En como un oasis en el desierto de la ingratitud y la soberbia. Y entonces los sedientos de cortesía y educación se acercan a beber ansiosos de su manantial después de una larga travesía por terrenos inhóspitos, arenas abrasadoras y reptiles continuamente al acecho. Es como descubrir un tesoro en un palacio en ruinas y abandonado por la desidia de sus dueños. Y además ese espacio adornado por  la pintura de la sencillez acaba creando adicción. Y todos sabemos que cuando eres adicto a algo te conviertes en un eterno dependiente de esa necesidad. Hace tiempo que muchos de nosotros buscamos en ese paraíso la metadona necesaria para aguantar los períodos de abstinencia. Y todo eso lo hemos encontrado en el mismo sitio, nos lo ofrecen de corazón y nos dejan disfrutarlo a nuestras anchas, sin obstáculo ni cortapisas, sin horarios ni urgencias, con tranquilidad y armonía ...
Y de repente se acabó. Una oscuridad cegadora inunda nuestros ojos y la inquietud mantiene en vilo nuestra mente. No es justo, no es justo quitarle a un niño un caramelo porque no se ha peinado por la mañana. No es justo empujar a nadie hasta el borde de la felicidad y después echarle vinagre en los ojos. Es tremendamente injusto tapar el sol para que todos nos helemos de frío, sobre todo en verano. Es de una inconsciencia supina ir siempre en dirección contraria y pensar que son los que vienen de frente los que se han cambiado de carril.
No debería estar permitido que la envidia se convierta en razón de ser, alguien debería denunciar alto y claro el que el rencor sea el arma de los mezquinos, y sobre todo alguien que ha disfrutado de esos rayos de sol sin que nadie le hiciera sombra, debería enarbolar la bandera de la verdad y decir a los cuatro vientos, y a todos los que tengan oídos, que el sol es de todos, que demasiado larga es la soledad del invierno como para tener que buscar la estufa en agosto. Si no se hace, si no lo hacemos, volveremos a vivir una nueva era glaciar y tendremos que buscar el calor de las velas para sobrevivir cuando todos gozaríamos de mejor salud si pudiéramos seguir acercándonos al sol , como cada verano.
Si es verdad que es de sabios rectificar, yo añado que es de humanos retroceder, abandonar el egoísmo recalcitrante y pensar que no somos el centro de la tierra, que con nuestra actitud lo único que hacemos es convertirnos en una china en el zapato de cada uno que quiere acercarse a ese pequeño rincón hasta hace cuatro días desconocido y olvidado, y que ahora se ha convertido en un pequeño hogar. Un hogar de esos en los que viven las familias que se respetan y no se envilecen por ambición. Un hogar en definitiva donde cabe todo el que quiera entrar, por lo menos debería caber el respeto de todos , tantos los que traspasan la puerta como los que no. Ahí es donde está el respeto, lo demás es innecesario para el ecosistema, para el supraistema, y para cualquier sistema civilizado. El primer paso puede ser poner el pie en la puerta para que no se pueda cerrar.

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