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jueves, 24 de enero de 2013

Patatas de nieve

Bueno, no sabía que Ricardo además de superar a Picasso es también un fotógrafo de actualidad, y me agrada comprobarlo.A mi no me gusta especialmente la nieve, aunque siempre llena de nostalgia mi cabeza.Y no me gusta porque siempre me recuerda aquellos duros inviernos de mi infancia en los que nada más salir de la cama se nos despegaba el calor de las sábanas y empezábamos a coquetear con los sabañones.La primera tortura era el segundo plato del desayuno, cuando mi madre rompía el hielo del cubo, vertía el agua en la palangana e intentaba lavarme la cara.Yo huía como gato escaldado y odiaba con toda mi alma el agua y el jabón del invierno.Por este motivo me gane una inmerecida fama de " marrano", que es como me definía mi madre cuando alguien le preguntaba por mí.Lo que no decía es que allí lavarse en invierno era una prueba que seguro que ahora no la superaban nis los seal americanos.Después, con la cartera a cuestas, salía a la calle y me encontraba con un camino entre la nieve que desembocaba directamente en la puerta de la escuela.El frío te calaba hasta los huesos.
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Menos mal que cuando entrabas el cálido calor de la estufa te aliviaba, eso sí, si alguien había ido a encenderla con tiempo.De todas formas calentaba más que el catecismo y la Enciclopedia Alvárez.Por cierto una enciclopedia que debía ser un pozo sin fondo de sabiduría, porque la empezabas con seis años y la terminabas con 14... o más. A veces también recitábamos los diez mandamientos y los ríos con todos sus afluentes, aunque por suerte en aquellos años había muchos menos que ahora.Nuestros conocimientos de geografía no iban muy lejos, ni siquiera llegaban a las Islas Canarias, y por eso las acercaban en el mapa y las ponían debajo de Almería.Que sorpresa me lleve cuando descubri que en realidad estaban a un paso de Argelía y casi enfrente de Brasil.Que cosas eh, y es que cuando yo fuí a la escuela sólo conocí a una maestra y media.La entera era Beatriz, que ponía más empeño que conocimiento, y la media fue Virtudes, que tenía mucho más conocimiento, pero nadie se empeñó en que lo demostrara muchos años.He de reconocer que con el tiempo recuerdo con cariño a Doña Beatriz, aunque sólo sea por los cristales que me hizo pagar y por la cantidad de chorizos y güeñas que le regalábamos el día de Jueves Lardero. Y hablando de comida, lo mejor del invierno llegaba siempre cuando se acaba la escuela.Como se diría ahora, "mis colegas y yo", nos íbamos a la cueva, en la que no cabíamos más de cuatro, y allí en nuestra estufa hecha a base de latas de tomate , nos asábamos unas patatas que serían la envidia de cualquier restaurante de prestigio.Estaban buenísimas, y lo estaban fundamentalmente por dos cosas.La primera porque estaban bien asadas, y la segunda porque siempre eran robadas, lo que unía una dósis de riesgo que nos ponía mucho en aquelllos años.Eran las patatas de nieve y eran tambien el único momento en el que olvidabas que a la mañana siguiente, mientras te quitabas las legañas, alguien rompía el hielo del cubo con la intención de lavarte la cara.Era el invierno de Blacos.

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