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miércoles, 23 de octubre de 2013

Una luz cegadora

A veces la luz nos ciega. Pasamos de la penumbra, o de la sombra más absoluta, al sol y de repente dejamos de ver todo lo que nos rodea. Esto es bastante normal, bastante humano. El problema surge cuando esa luz nos afecta a la memoria y en un instante nos borra el pasado e incluso desenfoca el presente. Entonces empezamos a dar tumbos, vamos de un lado a otro tropezando con la vida, y somos incapaces de distinguir los bultos fijos de las trampas que nos han colocado el destino, la envidia, la mala fe o la cobardía. Da igual, a todos los obstáculos los valoramos por igual y cuando empezamos a hacer cuentas de los moratones de las piernas, de las heridas de las manos o de las cicatrices del alma, las valoramos todas por igual. Y el siguiente paso es buscar al enemigo, no importan cuántos ni cuáles. Todos los que se han interpuesto en nuestro camino se merecen el



odio, el rencor o el pago de una deuda cuyo valor fijamos nosotros mismos. Y como hemos olvidado el pasado nos deshacemos de la historia con la misma facilidad y queremos a toda costa que paguen por lo que han hecho. Esto se podría entender, lo que ya es más difícil de comprender es que también queremos que paguen los que no han hecho nada, los que únicamente pasaban por allí en el momento en el que nosotros tropezábamos. En ese momento el mundo entero que nos rodea es culpable de nuestras desdichas, todos deben pagar, ya somos el acreedor universal de una injusticia personal. Y lo tratamos de hacer con la dignidad que nos permite colocarnos como la bondad absoluta. Imponemos nuestro deseo como ley y nuestros caprichos pasan a ser de obligado cumplimiento. Tienen que pagar justos por pecadores, todos son el obstáculo que nos provoca el tropezón y nuestra honra sólo queda restaurada cuando hay una penitencia general. Sacamos pecho en esa oscuridad, miramos por encima de las gafas de sol, incluso en días de lluvia, y por encima del hombro y tratamos de que el temor que provoca nuestra actitud se convierta en la norma que doblegue voluntades y legalidades. Y ya de paso disparamos con una mirada de superioridad y triunfalismo, que también impone lo suyo. Y ahí te encuentras que el temor ha fecundado en personas buenas y menos buenas, y es el primer paso para que se acusen y acepten una culpabilidad que sólo la entiende los ojos de la insidia. Son actitudes y miradas que tratan de borrar un tiempo cercano que no nos interesa que nadie recuerde. Ya no somos aquellos que no teníamos más luces que las que provoca la sombra y la penumbra. Hemos dejado de vivir allí para tendernos al sol de la soberbia y de la abundancia. Pero da la casualidad de que los que quieren reescribir la historia ignoran la propia historia. Sus poses de desdeño y altanería sólo engañan a los incautos o a los fugitivos. Y sólo se las creen los maledicentes y los mezquinos. Con lo fácil que sería encender la luz y ver por donde se pisa para evitar los sustos. Claro que para eso hay que saber dónde está la llave de la luz y esto a veces está muy lejos de su inteligencia.

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